La educación

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Ing. Felipe Rios Tiusabá.

En la década de los ochenta, cuando mis padres eran jóvenes, el mayor anhelo en términos educativos pasaba por graduarse de una Normal Superior para lograr acceder a er educadores rurales, cosa que mis padres intentaron pero no lograron, dos tíos maternos con bastante esfuerzo sí lograron graduarse de la Normal Superior de Varones e inmediatamente ingresar al magisterio y años más tarde titularse como licenciados en básica primaria.

En la década de los noventa y dos mil se buscaba cursar carrera profesional en universidad con preferencia hacia las ingenierías, área que elegí al finalizar mi educación de bachillerato, empero lo que muestra el mercado laboral hacia el futuro es un enfoque a disciplinas con preparación autodidacta como análisis de datos, desarrollo de software y soporte de inteligencia artificial, entre otras.

En Colombia la educación se ha concentrado en un sistema de repetición y aprendizaje de memoria, incluso se ha dejado de implantar la Cátedra de Historia haciendo alarde a la famosa frase que dice “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, este modelo no se ajusta a las nuevas tendencias tecnológicas y de comunicación, además excluye rápidamente a personas con dones específicos, a quienes se les dificulta memorizar nociones. Tal vez la pandemia produjo el único cambio drástico, de la tradicional manera de educación presencial se pasaron a largas jornadas frente a un computador.

Mi experiencia fue un sin sabor, al cursar una maestría en Economía, siento que ahorré tiempo y dinero en desplazamientos pero no socializar con otros fue lo más retador, tanto así que compartí presencialmente un almuerzo con mis compañeros después de un largo año y medio virtual. En cursos posgraduados vale la pena mantener una oferta educativa hibrida, otra cosa pensarán los niños y jóvenes que de seguro son los más agradecidos en haber vuelto al colegio de manera presencial.

La educación no solo pasa por los colegios y escuelas, sin duda la sociedad debe concentrarse en valorar el esfuerzo y la lucidez sin llegar a halagos que alejan a los eruditos y tecnócratas de los problemas reales, la premisa debe ser: con hambre no se piensa, y dejar de lado la aspiración del dinero fácil y el estatus arribista.